El Congreso no es la única instancia de poder trabada en el país. En realidad, partidos, dirigentes, precandidatos, gremios, instituciones públicas y privadas así como múltiples procesos tienen o sufren un frente de incertidumbre, directa o indirecta, relacionado sobre el futuro de la Casa de Nariño en 2010. Al final, la duda métodica sólo termina favoreciendo al propio Uribe Vélez, aunque pagando un precio alto en materia de agenda y gestión gubernamental
LA POSIBILIDAD de una segunda reelección del presidente Álvaro Uribe tiene a la política colombiana prácticamente estancada. El problema va más allá de la bajísima o casi nula productividad del Congreso y se extiende a las perspectivas a corto, mediano y largo plazos de partidos, dirigencia y otros sectores, no sólo a nivel nacional sino también regional y local.
Y no es que haya una parálisis del escenario político. Todo lo contrario, éste se mueve todos los días. Sin embargo, no avanza. Es como aquel ejercicio de calentamiento previo a un esfuerzo mayor, en donde la persona trota en un solo lugar, sin correr hacia adelante o atrás, simplemente quema energías en el mismo sitio. Un ejemplo más ilustrativo es asimilar la situación a una bicicleta estática. No importa cuánto tiempo se esté en la misma, no se moverá un centímetro del sitio en donde está instalada.
En otras palabras, la política nacional se encuentra en una especie de stand by, en donde casi no hay actividad que puede declararse ajena a la polémica sobre lo que pase en la Casa de Nariño a partir de 7 de agosto de 2010.
Aunque hay mucha controversia y fruición entre Gobierno, partidos, congresistas y dirigentes de sectores políticos, sociales, judiciales, económicos e institucionales, en realidad todas las polémicas giran, directa o indirectamente, sobre el mismo tema: la permanencia o no de Álvaro Uribe en el poder al término de su segundo mandato.
Las pruebas de ese círculo vicioso en que terminó imbuida la política colombiana están a la vista. Aunque hay una baraja de posibles candidatos o precandidatos presidenciales que llega casi a quince nombres, todos sin excepción viven día tras día con una sola duda: Uribe se postulará o no en el 2010.
Igual ocurre con los partidos. Prácticamente no tienen agenda distinta a planear escenarios sobre qué harán si el actual Jefe de Estado aspira a un tercer mandato o cuál la estrategia aplicarán en caso contrario. Los debates programáticos y las propuestas para sacar al país de las múltiples crisis que lo aquejan prácticamente no existen. Todos los dirigentes de las colectividades hablan de que tienen analizada la coyuntura pero cuando se les pide ahondar sobre el diagnóstico y el menú de soluciones que pueden poner sobre la mesa, casi de inmediato llevan la discusión al tema de la reelección y sus implicaciones.
Así las cosas, hablar de un “plan tortuga” en la Cámara o de una actitud dilatoria en el Senado en lo que va de la presente legislatura, puede terminar siendo errado. En realidad, movimiento sí hay. Todos los días los parlamentarios discuten, planean, polemizan o replican sobre asuntos que, al final de cuentas, terminan relacionados de una u otra manera con la incertidumbre en torno a la reelección, que se convirtió en una especie de duda metódica de la política colombiana. Incluso, se puede considerar un palo en la rueda de la misma, ya que mientras no se despeje ese interrogante todo sigue congelado.
¿Por qué el Congreso no avanza, a tal punto que desde el 20 de julio pasado sólo ha aprobado un proyecto de importancia? Sencillo, porque sigue en la bicicleta estática de la duda sobre la reelección. ¿Por qué se estancó el proyecto de reparación a víctimas de la violencia? Obvio, porque en el fondo la iniciativa quedó inmersa en el pulso entre uribistas y antituribistas. ¿Por qué se hundió la reforma judicial? Por lo mismo. ¿Por qué hay amagos de división en Cambio Radical y La U? Porque las bancadas están reflejando las estrategias y quereres de sus jefes naturales. ¿Por qué no arranca en forma el debate al proyecto de referendo reeleccionista? Sin misterios, porque la controversia sobre en qué año debe ser viabilizado otro mandato de Uribe Vélez hace imposible avanzar con seguridad hacia la aprobación de la iniciativa o su hundimiento ¿Por qué todo debate de control político termina desviándose del asunto central y deriva en la controversia sobre continuismo o cambio gubernamental? La respuesta se cae de su propio peso…
Contagio general
Ese mismo síndrome de la bicicleta estática ha contagiado al resto de los sectores nacionales.
Los gremios, por ejemplo, están cada día más metidos de cabeza en la situación política y prácticamente en todos los escenarios que plantean sobre la coyuntura económica y lo que se vislumbra, por algún lado termina asomando el tema del futuro de Uribe Vélez.
Es más, la duda metódica sobre la reelección presidencial se terminó convirtiendo en un elemento de peso cuando se habla de seguridad jurídica, perspectivas de inversión, variabilidad de las visiones de las firmas calificadoras de riesgo, planes para afrontar la crisis financiera y económica mundiales… Incluso, hasta el futuro de las políticas del Banco de la República, que es un ente autónomo por orden constitucional, ahora gira en torno a si el gobierno Uribe entrará el próximo año a dominar la junta directiva del Emisor y lo que ello implicaría si hay continuidad en el poder presidencial.
Pero ese no es el único caso en donde el asunto de un tercer mandato consecutivo en la Casa de Nariño termina siendo un elemento determinante en las previsiones sectoriales. Por ejemplo, no hay analista que considere que el proceso licitatorio para el tercer canal privado de televisión abierta nacional estará exento al cien por ciento de los avatares políticos internos y de la posición que los tres grupos que pujan por ganar han tenido o podrían tener frente al uribismo.
La justicia tampoco se queda atrás. Desde que arrancó el creciente proceso de la parapolítica y luego empezaron a desenvolverse otras causas como la yidispolítica o la farcopolítica, toda medida de jueces, magistrados o fiscales, así como las reacciones de los sindicados, tiene un flanco de análisis relacionado con el uribismo o el antiuribismo.
Los enfrentamientos públicos y el cruce de graves señalamientos entre el Presidente y la Corte Suprema, la controversia por la excesiva politización en la escogencia de los magistrados de las altas cortes –sobre todo del Consejo Superior de la Judicatura-, las movidas de los partidos gobiernistas y de oposición frente a lo que será el relevo de seis titulares de la Corte Constitucional, el Procurador y el Fiscal… Todas esas situaciones, por solo nombrar algunas, han terminado ‘contagiadas’ de una u otra manera con el creciente clima de polarización política derivado de la incertidumbre reeleccionista.
Y es que bien se puede afirmar que no hay sector o instancia nacional que asegure que marcha de manera completamente independiente a la controversia por el tema de la reelección presidencial. La Iglesia, las Fuerzas Militares, el conjunto de instituciones públicas de cualquier nivel, entidades de orden privado como las cámaras de comercio… Todas se han visto envueltas en algún momento en controversias en las que, de alguna manera, al final termina saliendo al baile el tema político y la puja entre uribistas y antiuribistas por mantener el control o perderlo.
Incluso hasta asuntos de política internacional se terminan forzando para que encuadren dentro de la ya desgastada polémica sobre la permanencia de Uribe en el poder y las perspectivas de sucesión en la Casa de Nariño. Por ejemplo, esta semana, tanto en la antesala como en los análisis que siguieron al resultado de las elecciones en Estados Unidos, no pocos analistas consideraron que la llegada de Obama al poder sería determinante para definir si habrá una segunda reelección consecutiva o no.
Incluso, cualquier crisis judicial o escándalo termina siendo analizado desde ese punto de vista. La parapolítica, la yidispolítica, la farcopolítica, el proceso penal al hermano del Ministro del Interior, la descabezada en el DAS por los espionajes al Polo, las polémicas internas en los partidos, las reuniones de dirigentes de aquí y allá, y hasta la reciente hecatombe en el Fuerza Pública por el caso de las personas que desaparecieron de Soacha y luego fueron reportadas como abatidas en combate con el Ejército… Todos esos hechos, tarde o temprano, terminaron sirviendo de combustible para la eterna discusión sobre la duda de la reelección.
Paradoja
Paradójicamente el culpable de esta inactividad activa -así suene contradictorio- en la política colombiana es el mismo que puede terminar con ese síndrome de la bicicleta estática. En otras palabras, el Gobierno y de manera más concreta el presidente Álvaro Uribe.
Sin embargo, el Ejecutivo lleva más de un año y medio manteniendo un mutismo cerrado sobre el tema. Incluso, para no pocos analistas la persistencia del Presidente en no aclarar si buscará o no un tercer periodo consecutivo en la Casa de Nariño es ya de por sí una aceptación tácita de que está pensando en el 2010.
Y las razones para sustentar este último razonamiento saltan a la vista. ¿Por qué un Gobierno que advierte que sus prioridades eran las reformas política y judicial, deja que la primera esté en vilo y la segunda se haya hundido en medio del tira y afloje por el tema de la reelección? ¿Por qué el mismo presidente Uribe que hace varias semanas pidió al Congreso concentrarse en esas reformas y dejar de lado el proyecto de referendo reeleccionista, no habla públicamente y deja en claro de una vez por todas que no quiere seguir en el poder después de agosto de 2010 y preferiría intentarlo en 2014? ¿Por qué el Jefe de Estado que vive pidiendo a los presidenciables uribistas que se lancen al agua y hagan campaña para “reelegir la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social”, no precisa que no aspirará a otro mandato sucesivo y entonces les da vía libre a quienes aspiran a cumplir ese encargo?...
Muchos interrogantes más se podrían formular en torno al diciente mutismo de Uribe Vélez sobre la duda metódica de la segunda reelección consecutiva. Sin embargo, hacerlo resultaría inútil porque todas las preguntas seguirían girando en torno a la misma incertidumbre, en otras palabras se montarían en la misma bicicleta estática en la que está pedaleando el país hace más de un año y medio.
¿A quién beneficia el síndrome de bicicleta estática en que anda sumida la política colombiana? Pues únicamente a quienes piensan que todo debe seguir igual, a aquellos que consideran que los cambios no le convienen al país y que la mejor opción es el continuismo. Es decir, a Uribe y los uribistas.
Es claro que entre más se demore el Jefe de Estado en aclarar si se postulará o no en 2010, menor tiempo tendrán los presidenciables de la coalición para hacer campañas y ubicarse en las encuestas con suficientes réditos como para asegurar la sucesión en la Casa de Nariño. Esa situación conduce a una sola realidad y un riesgo más que calculado: el peligro la continuidad de la política de seguridad democrática y, por ende, que otra reelección de Uribe se impone como la única forma de neutralizar ese peligro.
Como se ve, al final de cuentas la bicicleta estática en que está montada la política colombiana hace más de un año y medio, al único que le permite avances es el propio mandatario, ya que la inamovilidad del resto de espectro partidista y dirigencial termina empujando la eventualidad de una segunda reelección presidencial. Así de sencillo. El riesgo es que tanto la agenda como la misma gestión gubernamental terminan siendo sacrificadas en ese objetivo y el país pierde sustancialmente.
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