La mayoría de los colombianos no se tomaban muy en serio las agresiones verbales que el presidente Hugo Chávez acostumbraba a lanzar contra Estados Unidos o cualquier mandatario que se le atravesara en su camino. Muchos pensaban que se trataba de un personaje tropical, folclórico, populista y hasta divertido.
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Al fin y al cabo, decían otros, perro que ladra no muerde. Han sido muchas las víctimas de su particular diplomacia del insulto. Al presidente mexicano Vicente Fox lo llamó “cachorro del imperio”, al costarricense Óscar Arias le aplicó la misma fórmula (“lacayo del imperio”), un año después le dijo “ladrón” al entonces candidato y hoy presidente de Perú, Alan García, y al secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, le dijo que era un pendejo “de la P a la O”. Sin duda su blanco favorito ha sido George W. Bush, a quien llamó alcohólico y genocida, y en un truco teatral lo comparó con el “diablo” ante el pleno de la Asamblea de las ONU.
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Y su última arremetida fue contra el ex presidente español José María Aznar que le valió el ya histórico ‘por qué no te callas’ del rey Juan Carlos. Inicialmente esas frases eran registradas más como anécdotas políticas que como un peligro para la estabilidad regional. En otras palabras, el producto del ingenio de un hombre vanidoso, con afán de protagonismo, quien se podía dar el lujo de esa incontinencia verbal por el respaldo de billones de petrodólares. Pero de un momento a otro, Colombia pasó de ser observador de este espectáculo a protagonista.
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En las últimas cuatro semanas Chávez ha calificado al presidente Uribe desde ‘peón del imperio’ hasta de ‘Víctor Corleone’. Las consecuencias de esta hostilidad hasta ahora parecían limitarse al plano económico. Todo eso cambió el viernes pasado cuando su retórica dio un nuevo paso: ya no solo echó mano de insultos personales, sino que utilizó la palabra “guerra”. Según él, Uribe está aliado con Estados Unidos para atacar a su país. “Yo acuso al gobierno de Colombia de estar fraguando una conspiración, actuando como peón del imperio norteamericano, una provocación bélica contra Venezuela”.
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En las últimas cuatro semanas Chávez ha calificado al presidente Uribe desde ‘peón del imperio’ hasta de ‘Víctor Corleone’. Las consecuencias de esta hostilidad hasta ahora parecían limitarse al plano económico. Todo eso cambió el viernes pasado cuando su retórica dio un nuevo paso: ya no solo echó mano de insultos personales, sino que utilizó la palabra “guerra”. Según él, Uribe está aliado con Estados Unidos para atacar a su país. “Yo acuso al gobierno de Colombia de estar fraguando una conspiración, actuando como peón del imperio norteamericano, una provocación bélica contra Venezuela”.
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¿Cómo se llegó a esto?, ¿qué sentido tiene que el mandatario esté hablando de un posible conflicto militar? Lo más increíble de todo esto es que la furia de Chávez tiene su origen en una falta de buenos modales del presidente Uribe. La forma como este decidió notificarle que ya no quería contar con sus servicios como mediador con las Farc para la liberación de los secuestrados fue un evidente acto de descortesía diplomática. El rompimiento fue anunciado por César Mauricio Velásquez, el secretario de prensa de la Casa de Nariño, cerca de la medianoche del 21 de noviembre, sin mediar siquiera una llamada telefónica entre los dos mandatarios.
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Independientemente de si había sido un error nombrar a Chávez como mediador, cancelar sus servicios requería un manejo diferente. No solo se trataba de un jefe de Estado, sino que hasta ese momento Uribe y Chávez, a pesar de sus diferencias ideológicas, profesaban el uno por el otro afecto y respeto. Los que creen que se trataba de una relación hipócrita detrás de la cual se escondía una animadversión mutua se equivocan. Las embajadas, y en particular la de Colombia en Caracas, habían pasado a un segundo plano porque por la química entre los dos –que se fortaleció después del episodio de la captura del guerrillero Rodrigo Granda que casi dio al traste con las relaciones– lograban resolver cualquier lío sin intermediarios.
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Es difícil entender cómo en escasos dos meses un error de etiqueta haya podido escalar a un escenario donde no se descarta una confrontación militar. Porque sin duda alguna ese fue el mensaje que transmitió el Presidente venezolano la semana pasada, sentado al lado de su homólogo nicaragüense Daniel Ortega. Con un rostro menos eufórico pero con un tono más serio en sus palabras, Chávez dijo: “el gobierno de Colombia levanta las banderas de la guerra (...) Se prepara una provocación para obligarnos a dar una respuesta que después pudiera prender una guerra en estas tierras. Es parte del plan de la operación Balboa”, nombre que según él Estados Unidos le dio al plan para invadir a Venezuela. También aseguró que el DAS ha planificado su muerte en varias ocasiones y arremetió contra el ministro de Defensa Juan Manuel Santos, a quien acusa del “montaje” de un video con el que están acusando al Alcalde de Maracaibo de apoyar a las Farc. También arremetió contra Francisco Santos y le pidió al gobierno que “amarre a sus locos”. “El vicepresidente Santos ha dicho ayer o antier que si Colombia tiene que venir a Maracaibo a buscar al alcalde y llevárselo, se lo llevan. Tendrán que invadirnos. Y será una guerra”.
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Aunque pasó casi inadvertida, también hubo una referencia a los temas limítrofes entre Colombia y Venezuela, pues según Chávez una de las razones de los problemas entre los dos países es que Colombia sigue gobernada por la misma oligarquía “que mandó a matar a Simón Bolívar y Antonio José de Sucre y le robó a Venezuela 300.000 kilómetros cuadrados de su territorio”. Al cierre de esta edición la mayoría de los observadores colombianos discutían si los términos utilizados en esa alocución deberían ser considerados rutinarios dada la personalidad y los antecedentes de Chávez, o ser interpretados como una amenaza real. Si es una manera de distraer la atención de los problemas internos, una estrategia para expandir su ideología o si simplemente es paranoia.
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Cualquier análisis de lo anterior tiene que tener en cuenta los siguientes tres elementos: 1. No hay ni ha habido nunca ningún plan o intención de Colombia de atacar a Venezuela. Mucho menos se ha discutido con representantes del gobierno de Estados Unidos nada en esos términos. 2. Dada la tensión que existe en las relaciones colombo-venezolanas es una circunstancia desafortunada que en una sola semana hayan venido a Colombia tres altos funcionarios norteamericanos, cuya presencia en el país podría ser malinterpretada por Venezuela. El desfile de la tripleta de Condoleezza Rice, el zar antidrogas, John Walters, y el jefe del Estado Mayor Conjunto Michael Glenn Mullen, por la Casa de Nariño con referencias incluidas contra el gobierno venezolano, no le puede parecer neutral a Chávez. 3. Debido a la hipersensibilidad del Presidente venezolano es posible que auténticamente crea que todo lo anterior no son simples coincidencias, sino que realmente existe un plan liderado por Estados Unidos y apoyado por Colombia para salir de él.
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La combinación de estos tres elementos hace que las declaraciones de Chávez no puedan ser tomadas automáticamente a la ligera. Desde antes de los problemas con Colombia, el gobierno bolivariano había mostrado entusiasmo militarista, el cual justificaba como una necesidad para defenderse de Estados Unidos. En el referendo quiso darle rango constitucional a las milicias, un cuerpo popular armado, muy al estilo cubano, que ahora cuenta con 100.000 miembros, mal armados y peor entrenados, pero que se proyecta llegue a un millón de miembros. Las inversiones militares de Venezuela suman hasta 2010 un total de 30.000 millones de dólares. Incluyen 24 cazabombarderos, siete helicópteros de ataque, nueve submarinos, 600 vehículos blindados, y como si fuera poco, la instalación de una fábrica de fusiles AK con capacidad de producir 25.000 de estos al año, y otra de munición para surtirlos.
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Colombia, por su parte, siempre le ha dado prioridad a su capacidad para combatir a la guerrilla, sobre cualquier confrontación con otros países. Por eso, aunque tiene superioridad en tropas no solo numérica (400.000 hombres frente a 80.000 que hay en Venezuela) sino en capacidad de combate en tierra, y en helicópteros, estos recursos son propios de una guerra interna y palidecen ante la capacidad de fuego de Venezuela.
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Las carreras armamentistas como las de Chávez generalmente tienen más intenciones disuasivas que agresivas. Son más para hablar duro que para echar bala. Por lo tanto si las cosas se salen de madre es más que todo por malentendidos. Como es precisamente por estos que hay tensiones en la actualidad entre Colombia y Venezuela es prioritario evitar que el problema siga creciendo porque no existen condiciones objetivas para que las diferencias entre los dos países hayan llegado a este punto.
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En la comunidad internacional carece de seriedad el planteamiento de que Colombia esté conspirando con Estados Unidos para agredir a Chávez. Los problemas entre Venezuela y Estados Unidos no son insignificantes pero es estrambótico pensar que las tropas norteamericanas van a venir a Colombia para invadir a Venezuela por Cúcuta o Arauca. Las denuncias de esta naturaleza que hace Chávez, más que generarle solidaridad de otros países, lo aíslan.
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Internamente, hablar de guerra con Colombia tampoco lo beneficia automáticamente. Aunque hay una corriente chavista que le cree y lo sigue incondicionalmente, la mayoría de la opinión pública difícilmente se entusiasmaría con la idea de desatar una guerra con Colombia. Tras su derrota en el referendo y los problemas de desabastecimiento su popularidad ha caído al 28 por ciento, según las últimas encuestas de Datanálisis.
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El vicealmirante, retirado y antichavista, Mario Iván Carratu, advierte que “por ahora Chávez no tiene el control y liderazgo sobre la estructura militar en Venezuela, por lo tanto carece del liderazgo situacional para plantearse un conflicto militar con Colombia”. Lo que sí cree es que Chávez iniciará una fuerte campaña para “asfixiar a las poblaciones fronterizas colombianas cortándoles el suministro de alimentos, gasolina y medicinas”.
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Mientras tanto el general Raúl Baduel, quien luego de ser su ministro y aliado salió a las calles a tumbar el referendo de Chávez, considera que no ve en ningún escenario una hostilidad militar entre los dos países, sino una amenaza a la seguridad de Venezuela, una alianza del mandatario venezolano con la guerrilla de las Farc.
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Ante lo impredecible que es Chávez y teniendo en cuenta que no se puede descartar que por estrategia o por paranoia crea lo que está diciendo, es conveniente que todos los estamentos del país contribuyan a distensionar la situación. Está bien que el gobierno de Uribe no responda a las repetidas andanadas o que cuando lo haga se limite a los aspectos jurídicos. Igualmente los medios de comunicación tienen que tener en cuenta que de su cubrimiento puede depender que el conflicto sube o baje de volumen. Los partidos políticos y las Fuerzas Militares deben ser especialmente prudentes en esta coyuntura.
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Todo indica que Colombia y Venezuela van a tener a Uribe y a Chávez en el poder por varios años más. Por lo menos tres, de pronto más. Aunque es evidente que la buena relación personal que existió en el pasado entre los dos mandatarios no se podrá recomponer, es necesario un cese de hostilidades y algún acuerdo sobre unas reglas de juego para convivir de ahora en adelante. El final de una amistad no significa necesariamente una guerra.
Revista Semana
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