domingo, 2 de agosto de 2009

¿Tentaciones belicistas en América Latina?


El desafío andino-caribeño es diplomático y descansa en la capacidad colombiana para convocar a diferentes países del hemisferio y del mundo a su alrededor. Hoy más que nunca, Colombia debe sentirse mundial y no solamente estadounidense

LA AGITACIÓN que sacude a los países andinos en los últimos días, especialmente por el demagógico e irresponsable tono belicista que los gobiernos de Venezuela y Ecuador han adoptado, no debe sorprendernos. Si bien la divulgación del acuerdo colombo-estadounidense cumplió con las reacciones y efectos políticos previstos, regionalmente hablando, la presión nacional e internacional, a raíz de las denuncias sobre el armamento sueco comprado por Venezuela -ahora en poder de las Farc-, y el enrarecido clima político ecuatoriano como resultado de una eventual investigación sobre la financiación de la campaña electoral del presidente Correa -con contribuciones también de las Farc-, aceleró lo inevitable: una escalada de declaraciones amenazantes por parte del presidente venezolano y una renovada actitud ambigua del presidente ecuatoriano, quien cada día experimenta cómo su gobierno se sumerge en un laberinto político. En medio de tales circunstancias adversas, la sensatez parece huir hacia la tentación de convocatorias nacionalistas y, una vez más, a inaceptables y denunciables invitaciones a la insurrección en terceros países inspirados en los delirios “libertarios” del presidente venezolano.

¿En realidad, algún ciudadano colombiano desearía verse arrastrado a una confrontación bélica, en dos o tres frentes simultáneos, confiado en una participación estadounidense, o a “levantarse” contra su gobierno porque éste ha sido acusado de amenazar el proyecto de “Pax Bolivariana”? Como la intimidación y la extorsión económica no pueden convertirse en la norma que se imponga a las relaciones entre Colombia y los países miembros del ALBA, la respuesta tampoco está en la escalada verbalista y la demostración de poderíos militares. El desafío andino-caribeño es diplomático y descansa en la capacidad colombiana para convocar a diferentes países del hemisferio y del mundo a su alrededor. Hoy más que nunca, Colombia debe sentirse mundial y no solamente estadounidense. ¡No a la guerra, sin duda. Pero no al apaciguamiento que alimenta el aventurerismo bolivariano: a esto hay que “meterle” sociedad internacional!

Mientras ello sucede, es conveniente que los ciudadanos valoremos la situación militar actual de nuestro hemisferio, en términos de problemáticas, convenios, alianzas y acuerdos, más que de cifras y características del material que se ha estado adquiriendo y contratando con diferentes gobiernos del mundo. A pesar de ser una de las regiones con menor gasto militar en los últimos años, proporcionalmente hablando sí ha emprendido una adecuación y modernización casi siempre explicada como “fuerzas disuasivas necesarias y capacidades suficientes” para la defensa nacional. Por ello, desde algunas tribunas y posiciones políticas, se denuncia una “carrera militar” entre países latinoamericanos, aunque ello no adquiere, aún, un nivel alarmante para la convivencia pacífica entre los gobiernos de turno. Es necesario recordar que en la acumulación de recursos y dispositivos bélicos no radica la fuente de una eventual amenaza: ésta sería, en la práctica, y en nuestro concepto, una decisión política gubernamental civil fundamentada en su respectivo “código geopolítico”. ¿Cómo estamos, entonces, en esta materia?

Debates y exploraciones

Durante los años transcurridos de la primera década del siglo XXI, uno de los temas recurrentes en las relaciones internacionales, especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001, ha sido la funcionalidad y representatividad de las organizaciones diseñadas para compartir doctrinas, esquemas y responsabilidades militares. El reconocimiento de nuevas amenazas, la revalorización de las amenazas tradicionales, la reflexión y nueva conceptualización sobre la condición asimétrica de conflictos y actores en contradicción, la difusión de los debates sobre las guerras de IV y V generación y las lecciones recogidas y analizadas a partir de las experiencias contrainsurgentes en Irak y Afganistán por parte del Pentágono y sus aliados, crearon un ambiente político que ha estado presionando la revisión de las organizaciones existentes y buscando la nueva arquitectura de defensa para enfrentar los desafíos globales y subregionales a la seguridad global. Nuestro hemisferio, por supuesto, no ha sido la excepción, y no solamente porque Estados Unidos, como es obvio, determina el contenido y los alcances del debate, sino porque, además, existe un notorio interés por parte de otros actores políticos hemisféricos y extra-hemisféricos en establecer formas alternativas de cooperación militar, complementarias o rivales de las inspiradas por el gobierno estadounidense.

EU, “indiferencia” y tensiones

El año 2009 se ha caracterizado por un panorama de tensiones, controversias, distanciamientos y crisis políticas entre gobiernos latinoamericanos, que ha aumentado de forma sensible durante los meses de junio y julio. Ya sea por la contradicción entre modelos de desarrollo, ya por las críticas a las negociaciones económicas en pos de Acuerdos de Asociación o Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, la Unión Europea, China, Japón, Corea del Sur o la Federación de Rusia, o también por los señalamientos de complicidad o ausencia de cooperación efectiva en la lucha contra el crimen organizado transnacional –especialmente vinculado al narcotráfico-, por la penetración de las Farc en países vecinos o la denuncia de su apoyo a organizaciones sociales y políticas australes, y, finalmente, por la resolución pendiente de diferendos limítrofes históricos y fronteras, los países latinoamericanos han construido un clima de tensión regional y binacional que requiere un manejo delicado en manos de estadistas responsables y maduros. No es propiamente lo que se destaca en el hemisferio, con sus honrosas excepciones. La difusión de la gripa porcina o AH1N1, también agregó su cuota con algunas decisiones transitorias y declaraciones que agitaron más el ambiente.

Algunas de esas tensiones han dominado la agenda interamericana, por su potencial desestabilizador subregional, tal y como sucede con la crispación recurrente de Venezuela hacia Colombia, de Nicaragua con sus vecinos, Ecuador con Colombia, y Bolivia con Perú; otras siguen formando parte de tensiones y negociaciones más tradicionales como México con Estados Unidos, Chile con Perú y Bolivia, Guyana con Venezuela, Argentina con Uruguay, Paraguay con Brasil, República Dominicana con Haití, y Guatemala con Belice, o más recientes como Canadá con Estados Unidos y sus contrapartes europeas y Rusia alrededor del Artico. En suma, de polo a polo, tenemos una agenda compleja y sensible con diferentes insumos para debilitar procesos de integración o, en su peor expresión, destruir la confianza mutua y abandonar mecanismos y foros que tradicionalmente habían cumplido una función mediadora o de buenos oficios.

Desde la Operación Fénix contra el campamento del miembro del Secretariado de las Farc Raúl Reyes, en Ecuador, y la reunión del Grupo de Río que le siguió, con los consecuentes debates en la OEA, pasando por las denuncias de procesos electorales cuestionados (Nicaragua), acciones contra funcionarios y autoridades locales y regionales democráticamente elegidos por sus ciudadanos (Venezuela) y el control, denuncia o persecución de medios de comunicación y periodistas (México, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Perú, por ejemplo), algunos gobiernos de América Latina han denunciado la incapacidad del sistema interamericano para investigar, sancionar y defender los valores consignados en la Carta Democrática y los fundamentos mismos de la OEA. El clímax de esta tendencia ha sido la crisis política hondureña a partir del 28 de junio pasado.

Por su parte, el desarrollo del gobierno del presidente estadounidense Barack Obama, al menos en su dimensión hemisférica, ha sido retórico, con poca claridad en la aplicación de alguna agenda o plan específico que se haya diseñado. En sus últimas declaraciones en materia de política exterior del gobierno demócrata, la Secretaria de Estado, hace pocas semanas, en un prestigioso centro de pensamiento estadounidense, dedicó referencias puntuales y anecdóticas de los contados casos nacionales que en América Latina le eran importantes, resultando indiferente y prácticamente invisible en el gran marco de intereses frente al resto del mundo. Basta señalar que, hasta el momento de escribir estas líneas, Arturo Valenzuela, funcionario designado por Obama para atender los asuntos del Hemisferio Occidental en el Departamento de Estado, en reemplazo de Thomas Shannon, no ha sido confirmado por el Congreso, y no hay señales de urgencia para ello, tampoco, desde La Casa Blanca. Así que, como ha sido habitual, América Latina sigue ahí, a la sombra de los gestos y movimientos de un gobierno que conserva esa “indiferencia activa”, confiado en las ataduras legadas por la historia.

Escenario abierto

A diferencia de otras décadas, los actores extra-hemisféricos con influencia y proyección en las relaciones internacionales han incursionado como socios, aliados y proveedores en asuntos militares para varios países latinoamericanos. La Federación de Rusia, la República Popular de China, Francia y el Reino Unido, han avanzado con sus contratos, asesorías y acuerdos de cooperación con varios países de la región. China y Francia, por ejemplo, han encontrado espacio político en Argentina y Brasil; Rusia ha hecho lo propio con los países que hoy integran ALBA; el Reino Unido, además de Colombia, ha logrado firmar acuerdos de cooperación en la lucha contra las drogas con Cuba. España, por su parte, tiene desde hace 1 año un acuerdo de cooperación en defensa con Ecuador, y en varias oportunidades ha manifestado su disposición a cooperar, en el marco de la OEA, con la lucha contra el narcotráfico en la región.

Adicionalmente, debemos reconocer el papel creciente de Brasil en materia de seguridad y defensa en el ámbito suramericano, y la apertura a esta provisión de equipos y servicios por parte de Israel y Sudáfrica. Como corolario, la denuncia colombiana sobre el armamento sueco en poder de las Farc nos colocó frente a la paradoja de países como Suecia, cuyas autoridades patrocinan el premio Nobel de Paz, pero venden armas a países que pueden, eventualmente, destruirla, dejando heridas de muy difícil cicatrización en las siguientes generaciones. En el ámbito mesoamericano y del Caribe Occidental, la Iniciativa Mérida impulsada desde Estados Unidos y México, en aras de la cooperación en la lucha contra el narcotráfico, se proyecta como un gran esquema de seguridad subregional. Al tiempo que consolida y amplía su presencia en Colombia en el marco de la ampliación de acuerdos de cooperación militar, Estados Unidos cuenta con misiones similares de cooperación con Perú.

En otras palabras, América Latina es hoy un laberinto de modelos y proyectos de seguridad subregional y de cooperación militar, en medio del cual, se destacan dos propuestas nacionales con liderazgos rivales y con pretensiones hegemónicas subregionales, a saber: el Consejo de Defensa Suramericano, impulsado por Brasil, y el ALBA militar, un proyecto en ciernes que ha tomado mayor impulso y urgencia, desde la perspectiva venezolana, como un mecanismo de cooperación que proteja a las “revoluciones” de las conspiraciones “oligárquicas nacionales” y de su “aliado imperialista”. Para Colombia, y más en este momento, las dos opciones ofrecen perspectivas inciertas; si nos acogemos al primero, ya se anuncia la controversia subregional; y si nos miramos en el segundo, la perspectiva es lamentablemente conflictiva.

* Asesor del Instituto de Estudios Geoestratégicos y Asuntos Políticos, Universidad Militar Nueva Granada. Licenciado en Filosofía y Letras con Especialización en Historia. Especialista Honoris Causa en Geopolítica. Estudios de Doctorado en Historia.


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